lunes, 10 de mayo de 2010

Pequeño manual del buen especialista. Por Carlos Skliar.

Dr. Carlos Skliar

Este texto no fue escrito: yo fui escrito por él.

Desde mis tiempos de formación hasta estos días he participado -sólo por mi culpa- en infinitas reuniones, conferencias, congresos, coloquios, seminarios, jornadas, reuniones técnicas y grupos de trabajo de especialistas en algo y, sobre todo, de especialistas en alguien. Confieso que yo también me he pensado, hasta hace poco tiempo, como uno de ellos, como uno de "nosotros".

Y que no deseo, ahora mismo, trazar una frontera entre lo correcto y lo correcto, lo normal y lo anormal, el bien y el mal (como lo hacen, por otro lado, los especialistas).
Pero he desistido en estos últimos meses de toda explicación acerca del otro y, mucho más todavía, de toda decisión acerca del pasado, presente y destino pedagógico de cualquier otro, así pensado, como otro, en la educación.

Por ello este Pequeño Manual del Especialista, un modo de mirarme -a mí y a nadie más que a mi mismo- con una cierta ironía y desaprobación por muchas de las cosas que he hecho por "trabajar como especialista de alguien": ironía hacia mis conferencias, hacia los premios recibidos, a las reuniones entre pares donde concurrimos para ver quién sabe más acerca del otro, a los congresos donde los otros no están.

Hablo sólo de mi, no quiero crear un nuevo grupo, una nueva especialidad, un nuevo y falso arrepentimiento. Hablo sólo de mi.

De algún modo consideré, implícitamente, las enseñanzas de Nuria Perez de Lara contenidas en el siguiente texto:

"Puesto que en la Universidad estamos invadidos de saberes y discursos que patologizan, culpabilizan y capturan al otro, trazando entre él y nosotros una rígida frontera que no permite comprenderle, conocerle ni adivinarle; puesto que en la Universidad, la presencia del otro sobre el que se habla, del otro a quien se estudia y del que algo - que suele confundirse con el todo- se conoce pero del que nada se sabe; puesto que la presencia real del otro es, en la Universidad, prácticamente nula y no podemos acercarnos a él para ver su rostro, escuchar su voz y mirarnos en su mirada, sólo nos resultaría posible percibir, escuchar y adivinar al otro, abriendo nuestros sentidos y haciendo pensar a nuestro corazón sobre la perturbación que en nosotros produce su posible presencia.

Es decir, reflexionando sobre la ilusión de normalidad que a nosotros nos impide conocernos, reflexionando sobre el hecho de que si miramos afuera, donde el otro no está porque está en mi, nunca le conoceremos...

La experiencia posible en la universidad, por el momento, es casi exclusivamente ésta y a ella debemos referirnos, de lo contrario nos veríamos limitados a los conceptos quedándonos, como dice María Zambrano, vacíos de realidad ... sin embargo, lo que en la Universidad se produce puede ser todo lo contrario: ninguna reflexión sobre uno mismo, ningún saber o sabor acerca de nuestra intimidad y un cúmulo de contenidos sobre el otro que le definen, le identifican y le encierran en un opaco envoltorio tecnicista que hace de los demás los especiales, los discapacitados, los diferentes, los extraños, los diversos y de nosotros los obviamente normales, los capacitados, los nativos, los iguales.

Y por ello, dos son los tipos de identidad que la Universidad sigue produciendo al transmitir el conocimiento académico, científico y técnico que alude a la diferencia y a la diversidad en la educación: la identidad normal y la identidad anormal, es a la segunda a la que se ha dado en llamar diferente, especial o diversa".

Por otra parte, también la lectura de Dirección única, de Walter Benjamin, especialmente el apartado llamado "Material didáctico" , me ofreció la posibilidad de percibir que pequeños manuales de esta naturaleza forman parte de una tradición por demás saludable: es posible hablar de lo que se sabe, de aquello que uno es, de aquello que uno hace, de aquello sobre lo que uno tiene, digamos, experiencia, negándose a si mismo la veracidad y la Verdad de lo dicho, negando la soberbia de la experiencia, contradiciendo en la escritura la propia afirmación que se ha hecho un poco antes de descubrir, justamente, la paradoja en que consiste el saber, cada saber, todo saber.

Ofrezco, entonces, este Pequeño Manual del Buen Especialista, principalmente para reirnos de mi, y de nosotros si es que alguien quiere acompañarme en ello.
Reirnos, silenciarnos y rehacernos a partir de nuestra burda impunidad, nuestra infame omnipotencia, nuestra más que infantil soberbia.

(Ah, se me olvidaba: todo parecido con la realidad, es pura coincidencia).
" Utilicemos al otro pura y exclusivamente como un testimonio (relativamente vivo o relativamente muerto) de lo que decimos. Si es necesario planifiquemos con el otro el calco de su discurso con el nuestro.

" Hablemos siempre del otro, por el otro, sobre el otro, en todos los detalles, sin pudor, impunemente. Aún cuando tal vez nunca hayamos podido tener ni siquiera una conversación de ascensor con el otro.

" Tengamos cuidado, en nuestro desmesurado afán de especializarnos, de no parecernos cada vez más al otro.

" Pero mantengamos siempre una distancia prudencial, una distancia especializada, en relación al otro. No sea cosa que, a cualquier momento, nos confundan con eso otro.

" En las conferencias veamos, por las dudas si entre el público presente no está el otro. Si no está, sigamos de acuerdo con lo planificado. Si está, debe ser una equivocación de su parte.
" Seamos, por lo tanto, cada vez más mismidad, cada vez más egocéntrica homogeneidad. Hablemos del otro, si. Pero de forma tal que después los demás, y también los otros, se vean obligados a hablar únicamente de nosotros.

" Reunámanos siempre entre pares. Felicitémonos por nuestros hallazgos. Celebremos nuestra inteligencia. Y hablemos todo el tiempo de la falta de inteligencia del otro.

" Impidamos la llegada de un especialista de otra área: puede confundirnos.

" Los legos, que nada saben sobre el otro, son útiles para cuando nadie más quiere escucharnos hablar de nuestra especialidad.

" Utilicemos palabras difíciles, toscas, incontestables, tales como erostratismo, sindrome de hiperactividad, desorden molecular, hipoplasia, etc. No vaya a ser que el otro y los otros nos entiendan (y, sobre todo, que nos pregunten).

" No digamos públicamente la palabra "deficientes", "negros", "indios", "delincuentes", etc., pero imaginémoslo a gusto, a lo largo y a lo ancho de nuestro pensamiento.
" Digamos siempre que el otro es el problema. Pero no dejemos de mencionar, un poco antes de cerrar nuestro discurso, que en verdad somos todos iguales.

" Publiquemos libros gruesos, casi en verdad mamotretos, pues el tamaño ya es una señal de honrosa especialidad, aún sin que después nadie lea ni siquiera una página nuestra.
" Apresurémonos a cambiar el título y las tapas de nuestros libros, capítulos de nuestros libros y artículos de revistas. No olvidemos, entonces, de reemplazar la palabra "deficiencia" con la palabra "necesidades educativas especiales" o bien de ocultar cualquier nombre atribuido al otro y sobreescribir allí mismo, sin que nadie lo note, la palabra "diversidad" y/o "diferencia".

" Vayamos perfeccionando cada vez más nuestro discurso racional sobre el otro. Hagámoslo más perfecto, más acabado, más prolijo. Publiquémoslo. Divulguémoslo. Diseminémoslo. Aunque en eso se nos vaya la vida. Sintamos el goce de los comentarios elogiosos. Viajemos a todos los lugares a los que fuéramos invitado. Inventémonos, si no, invitaciones a cualquier parte.

Mientras tanto dejemos tareas a los otros, para que no se aburran, para que cumplan con su destino o no lo tuerzan; y, sobre todo, para que sigan alfabetizándose, siendo ciudadanos algún día y haciendo hermosos e inútiles talleres de bordados, cerámica, peluquería, carpintería, corte y confección, etc.

" Hablemos en nombre de todos. Digamos que la inclusión es el bien supremo. Aumentemos el volumen de nuestra voz, si es que el otro parece estar, curiosamente, en desacuerdo.
" No olvidemos nunca de mencionar en detalle nuestra propia experiencia. Hagamos creer que ella es como si fuera la experiencia del otro.

" Contemos los días, los meses y los años de nuestra experiencia. Siempre es útil para vencer cualquier disputa académica (o bien una suave conversación de café).

" No abandonemos una conversación con familiares y amigos, hasta que por fin alguien nos confiese, finalmente, su más grande admiración por la tarea que cumplimos.

" Soñemos con ganar grandes premios en nuestra especialidad. Y digamos, al recibirlos, que nada sería de nosotros sin el otro, sin los otros. Aún cuando el otro, aún cuando los otros nunca sepan que es posible ganar premios por estudiar y hablar sobre ellos.

" Seamos más que nada impunes al hablar del otro. E inmunes cuando el otro nos habla.
" Dejemos claro, siempre de antemano, que el "yo" nunca es el "otro".

" Escribamos, alguna vez, un libro que se llame "Yo también fui ..." (añadiendo, entonces, el nombre de algún otro o de alguna perturbación del otro).

" Una vez leído este pequeño manual, publiquemos una nota en un periódico especializado denunciando, enojadísimos, el contenido de este pequeño, especializado e inservible manual.


APENDICE

1. Nuria Perez de Lara. Identidad, diferencia y diversidad: mantener viva la pregunta. En Jorge Larrosa & Carlos Skliar (Compiladores)
Habitantes de Babel. Política y poética de la diferencia. Barcelona: Editorial Laertes, 2001.

2. Walter Benjamin. Dirección única. Madrid: Alfaguara, 2002. En Material didáctico, Benjamin escribe acerca de los "Principios del mamotreto o el arte de fabricar libros gruesos".

http://www.psicoanalisis-s-p.com. ar/saber014.html

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